CAMINO A LA MARIPOSA – “Fronteras invisibles”
Iniciar un recorrido como el que estamos a punto de iniciar, tal vez deje ver una de las principales razones por las el centro de la ciudad se vuelve tan interesante y enigmático. Es increíble la cantidad de lugares que, como residentes de esta ciudad, olvidamos visitar, o simplemente ignoramos por prejuicios o percepciones de seguridad. Un camino lleno de contrastes, divisiones, imágenes, olores e incluso sabores, que nos permiten conocer esa otra cara de la ciudad que parece deprimida y olvidada, mientras nuestras vidas trascurren en tranquilidad, ignorando esa cruda realidad que está justo al lado de la nuestra. Esta entrada tiene como objetivo identificar las principales desigualdades socio- espaciales que se presentaron durante el recorrido desde la Universidad de los Andes hasta la plaza de “La Mariposa” ubicada en el sector de San Victorino en Bogotá; y discutir de manera crítica, las reacciones, sensaciones y comportamientos que dichas desigualdades generan.
En primer lugar, es importante identificar las desigualdades presentes durante el recorrido desarrollado por el eje ambiental. La más clara y más visible quizá, es el cambio de la arquitectura durante el recorrido. Inicialmente se observa una arquitectura moderna, edificios nuevos, locales comerciales modernos, servicios de bienes lujosos como SPA, una cantidad considerable de parqueaderos públicos (una proxy a un aumento en carro particular por el sector), etc. Mientras se avanza, el centro comienza a convertirse en un lugar con menos luz, con edificios antiguos, menos lujosos, locales comerciales más “descomplicados” o populares, que sin duda se va acentuando cada vez que nos acercamos a la plaza de “La Mariposa”. Por otro lado, se observa el contraste en las personas que interactúan durante todo el recorrido, mientras en la universidad se distingue un ambiente joven, de estudio, de seguridad; durante el recorrido va cambiando por un comercio más informal, una mayor cantidad de trabajadores, además claro de los vendedores ambulantes y habitantes de la calle, presentes durante todo el recorrido.
Así, caminando entre contrastes, llegamos a “La Mariposa”, una plaza en donde se evidencia una gran división socio-espacial. Recorriendo este lugar, se observan varios vendedores ambulantes, observadores curiosos, transeúntes, personas habitantes de la calle, bastante ruido, poca interacción entre las personas, y por mi parte, una baja percepción de seguridad en los lugares menos concurridos de la plaza. Sin embargo, estas son las divisiones que se perciben en una vista rápida de la plaza ¿qué pasa cuando se mira más allá de lo obvio? Personalmente noté dos cosas fundamentales: La primera, fue la extraña división del espacio dentro de la plaza. Existen unas fronteras invisibles que sitúan cada vendedor, cada comerciante, cada transeúnte en un lugar específico, sin que nada directamente lo esté indicando. Para ilustrar lo anterior, se nota una clara ubicación de los vendedores ambulantes hacia la periferia de la plaza (vendedores de jugo, vendedores de dulces, etc), que nos lleva a pensar que posiblemente su posición es estratégica, dado el flujo de personas que circulan diariamente por este sitio. Del mismo modo, en el centro de la plaza encontramos vendedores de maíz para las palomas que permanecen allí, además del ingenioso fotógrafo con sus típicos caballos y llamas. Ahora bien, los habitantes de la calle parecen no encajar, parecen no tener un espacio asignado igual que los demás, parecen ir de un lado a otro sin un sentido de pertenencia con sus pares o consigo mismos, lo que claramente nos muestra su vulnerabilidad y la violación del derecho a la ciudad para estas personas.
Visualizando lo anterior, emprendimos el regreso, notando de nuevo el cambio, esta vez enfocándose en los sentidos. Después de haber probado el jugo de caña de azúcar de aquel vendedor ambulante, que logró contarnos como la policía no le permitía trabajar tranquilamente, surgió la decisión de sentir más y pensar menos. Pensar menos en aquello que nos molesta y sentir más lo que le molesta a los demás. Sentir ese olor desagradable de un habitante de la calle que no puede acceder a un servicio sanitario, pensarlo me molesta, pero seguro a esa persona está más incómoda que cualquiera de nosotros. Sentir un olor desagradable de alguna alcantarilla en mal estado, escuchar ese constante ruido de los carros, que pareció convertirse con el pasar de los días en un ruido normal y no en uno incómodo. Mirar con cierto humor, cómo diariamente criticamos a los demás por el tráfico, pero nosotros mismos no hacemos nada para solucionarlo, como esperar a que el semáforo cambie y pasar por la cebra. Una realidad muy cercana (tan sólo a cuadras), un derecho vulnerado, pero acostumbrados a no cumplirlo, y el pasar de los días que parecen llevarnos por un camino que ignora la existencia y coexistencia de una sociedad que aún le falta mucho por aprender y entender.
Por Karen Uribe Chaves
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