miércoles, 12 de febrero de 2014

Un sector de infinitos contrastes.



Empieza una nueva mañana, es el mismo camino desde casa hasta la Universidad; son las mismas calles y la misma ruta de siempre. Esta mañana de febrero parece una como cualquier otra,  el olor desagradable de la tercera no ha desaparecido y en el parque Espinosa están los mismos “monitos” de siempre. Sin embargo todo parece transformarse hacia las 10:00a.m. cuando desde la estación de “Las Aguas” empezamos un recorrido por el eje ambiental hasta el Parque de la Mariposa, esta vez, con todos los sentidos concentrados en la ciudad.

Es indignante y doloroso cruzar una calle y pasar de estar en la Universidad más costosa del país, donde hay seguridad y comodidad a un sector que concentra toda la historia de Bogotá, pero a la vez emana olores desagradables y calles sucias. Las diferencias empiezan a ser enormes desde la primera calle, todos los peatones caminan encerrados en su propio mundo, sin poner mucha atención, pero no es un secreto para nadie que evitan pasar cerca de los habitantes de calle que duermen sobre un pedazo de cartón. 

En el parque de los Periodistas muy pocos son quienes se atreven a sentarse en el espacio donde los habitantes de la calle duermen. Por la calle de los restaurantes del Eje Ambiental todo parece mucho más limpio, huele mejor se siente más seguridad. Pero una vez llegamos a la estación de la Jiménez la ciudad parece converger en una esquina; se ven toda clase de personas, de todas las edades y los estratos y de repente la sensación de seguridad se desvanece un poco, estamos mucho más expuestos. Frente al “Graffiti” de los Derechos Fundamentales me doy cuenta que todos hacemos parte de una ciudad, y compartimos un espacio, pero no convivimos en comunidad.

Una vez estamos en el Parque de La Mariposa los espacios empiezan a ser un poco más confusos, todos parecen converger ahí, algunos por razones de comercio, otros porque sencillamente no conocen otro lugar, y muchos buscando alguna actividad ilegal. Es una imagen sumamente irónica, una Plaza que solía ser años atrás centro de poder y comercio, lugar de concurrencia de la alcurnia Bogotana es hoy una Plaza llena de palomas, sinónimo de suciedad, malos olores y habitantes de la calle,  quienes son segregados con las miradas de las personas y con las rondas intimidantes de los policías.

Con la caminata entendí que el centro de Bogotá parece estar compuesto por burbujas: los lugares importantes en términos políticos o económicos están inmersos en una capa de seguridad, como CityTv, La Universidad de los Andes y los Ministerios de Agricultura y Justicia, pero las calles muestran que hay un problema estructural. La seguridad es precaria, los habitantes caminamos prevenidos y con miedo, los olores nos indisponen y la suciedad nos inspira poca confianza.

Es inevitable no notar los contrastes en los que se encuentra inmersa esta realidad: el centro político más importante del país se encuentra en un sector donde la ilegalidad y el desorden son una constante, donde la informalidad es palpable y la injusticia y desigualdad imposible de ocultar. Un lugar que a pesar de su valor arquitectónico parece que se esta cayendo lentamente; una zona que resulta ser un atractivo para los extranjeros y una repulsión para los Colombianos.


Finalmente,  sólo queda decir que después de esta experiencia las palabras Derecho a la ciudad empiezan a reestructurar todo lo que creía saber de Bogotá. Los peatones que circulan no pueden disfrutar del espacio público porque se sienten inseguros e inconformes con lo que huelen y con lo que ven, los habitantes de la calle constantemente están siendo víctimas de segregación con miradas irrespetuosas e intolerantes, las mujeres todo el tiempo están siendo observadas de manera promiscua y los niños no pueden jugar fútbol con tranquilidad. En Bogotá vivimos, pero no convivimos bajo el derecho de urbanidad.

María Paula Vargas Urquijo.

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