Empieza una nueva mañana, es el mismo camino desde casa hasta la
Universidad; son las mismas calles y la misma ruta de siempre. Esta mañana de
febrero parece una como cualquier otra,
el olor desagradable de la tercera no ha desaparecido y en el parque Espinosa
están los mismos “monitos” de siempre. Sin embargo todo parece transformarse hacia
las 10:00a.m. cuando desde la estación de “Las Aguas” empezamos un recorrido
por el eje ambiental hasta el Parque de la Mariposa, esta vez, con todos los
sentidos concentrados en la ciudad.
Es indignante y doloroso cruzar una calle y pasar de estar en la
Universidad más costosa del país, donde hay seguridad y comodidad a un sector
que concentra toda la historia de Bogotá, pero a la vez emana olores
desagradables y calles sucias. Las diferencias empiezan a ser enormes desde la
primera calle, todos los peatones caminan encerrados en su propio mundo, sin
poner mucha atención, pero no es un secreto para nadie que evitan pasar cerca
de los habitantes de calle que duermen sobre un pedazo de cartón.
En el parque de los Periodistas muy pocos son quienes se atreven a
sentarse en el espacio donde los habitantes de la calle duermen. Por la calle
de los restaurantes del Eje Ambiental todo parece mucho más limpio, huele mejor
se siente más seguridad. Pero una vez llegamos a la estación de la Jiménez la
ciudad parece converger en una esquina; se ven toda clase de personas, de todas
las edades y los estratos y de repente la sensación de seguridad se desvanece
un poco, estamos mucho más expuestos. Frente al “Graffiti” de los Derechos
Fundamentales me doy cuenta que todos hacemos parte de una ciudad, y
compartimos un espacio, pero no convivimos en comunidad.
Una vez estamos en el Parque de La Mariposa los espacios empiezan
a ser un poco más confusos, todos parecen converger ahí, algunos por razones de
comercio, otros porque sencillamente no conocen otro lugar, y muchos buscando
alguna actividad ilegal. Es una imagen sumamente irónica, una Plaza que solía
ser años atrás centro de poder y comercio, lugar de concurrencia de la alcurnia
Bogotana es hoy una Plaza llena de palomas, sinónimo de suciedad, malos olores
y habitantes de la calle, quienes son
segregados con las miradas de las personas y con las rondas intimidantes de los
policías.
Con la caminata entendí que el centro de Bogotá parece estar
compuesto por burbujas: los lugares importantes en términos políticos o
económicos están inmersos en una capa de seguridad, como CityTv, La Universidad
de los Andes y los Ministerios de Agricultura y Justicia, pero las calles
muestran que hay un problema estructural. La seguridad es precaria, los
habitantes caminamos prevenidos y con miedo, los olores nos indisponen y la
suciedad nos inspira poca confianza.
Es inevitable no notar los contrastes en los que se encuentra
inmersa esta realidad: el centro político más importante del país se encuentra
en un sector donde la ilegalidad y el desorden son una constante, donde la
informalidad es palpable y la injusticia y desigualdad imposible de ocultar. Un
lugar que a pesar de su valor arquitectónico parece que se esta cayendo
lentamente; una zona que resulta ser un atractivo para los extranjeros y una
repulsión para los Colombianos.
Finalmente, sólo queda
decir que después de esta experiencia las palabras Derecho a la ciudad empiezan a reestructurar todo lo que creía
saber de Bogotá. Los peatones que circulan no pueden disfrutar del espacio
público porque se sienten inseguros e inconformes con lo que huelen y con lo
que ven, los habitantes de la calle constantemente están siendo víctimas de
segregación con miradas irrespetuosas e intolerantes, las mujeres todo el
tiempo están siendo observadas de manera promiscua y los niños no pueden jugar
fútbol con tranquilidad. En Bogotá vivimos, pero no convivimos bajo el derecho
de urbanidad.
María Paula Vargas Urquijo.
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