La avenida Jiménez de Quesada
o simplemente Avenida Jiménez, atraviesa
el centro de la ciudad de Bogotá. Ésta nace en la Avenida Caracas y serpentea
hasta llegar a Monserrate. En sus escasos kilómetros de recorrido, es testigo
de las realidades antitéticas de nuestra Bogotá no tan humana, antes bien tan
desigual.
La Jiménez hacia el oriente contempla
los centros de poder administrativo y judicial que se establecen a sus flancos,
observa los centros de estudios para comunidades privilegiadas y se enriquece
con restaurantes, bares y centros de
comercio. No obstante, la calle 13 (Avenida Jiménez) hacia el occidente de la
ciudad, más allá de la décima, cohabita
con la resistencia y el aguante de la otra Bogotá. De la ciudad que vive el día a día, aquella
que subsiste, a veces, de aquel rebusque honesto: la “embolada”, las empanadas,
el jugo de mandarina, las papelerías grandes y pequeñas, como también las demás
tiendas ubicadas rodeando la plaza de San Victorino. A pesar de los negocios
previamente mencionados, paralelamente está la ciudad que vive de la venta de
droga, la prostitución y el hurto.
Los puntos de referencia y
comparación entre las dos realidades tan contrarias, son escasos. Por un lado,
en el oriente a las laderas de la cordillera, se encuentra la Universidad de
los Andes, que habita en su capsula hermética e indiferente. Por otro lado, la plaza de San Victorino que es inclusiva,
abierta y receptiva. En el Espinosa si bien se ve el eventual trabajador
informal y rebuscador, difiere en gran manera del parque de los periodistas, en
donde se empieza a divisar y oler el cambio abrupto de la realidad bogotana. El
olor a marihuana es tan natural en el parque de los periodistas, que pasar por
ahí sin sentirlo, es tan insólito como encontrar un uniandino consciente de la realidad
de este lugar.
La plaza de San Victorino en su estado actual
hace inverosímil tratar de recrear y ver las condiciones pasadas del mismo
lugar unas décadas atrás, cuando empezaban a llegar los primeros desplazados
víctimas del conflicto que ha desangrado a Colombia desde su independencia. El
pasado de la plaza es uno lleno de historia y riquezas que son visibles sólo en
las fachadas, ahora descuidadas de los edificios que añoran con vigor tiempos
pasados. Este penoso decaimiento ¿a qué se debe? ¿Será todo culpa de nuestro
conflicto violento? ¿Estará ligado a nuestro conflicto de derechos y
oportunidades?
En un país social y de
derecho, estando en nuestra Constitución explícitamente los derechos de cada
uno de los ciudadanos. Las oportunidades obviamente no son iguales para
aquellos que nacen en el centro -el verdadero, el del poder- como para aquellos
que nacen en el otro centro, el de los veinte millones de colombianos que
todavía viven en la pobreza. Si bien las diferencias entre Los Andes y San
Victorino son abismales, son tan sólo un reflejo de nuestra triste realidad
colombiana.
Teniendo lo anterior en
cuenta, es imposible evitar cuestionarse varias cosas ¿Es conveniente para las
clases medias-altas evitar la mirada?¿Cómo se explican los habitantes de la
calle? ¿Cuáles serán las mentiras que nos decimos para mirar hacia el otro
lado? ¿Cómo convive la consciencia con la realidad? Las realidades paralelas
que conviven en San Victorino lo hacen con grandes diferencias entre si. Por
ende se encuentra que Bogotá no tiene un centro, sino dos o tal vez más, cada
uno es un mundo diferente, con actores y espacios distintos.
Daniel Peña 201318478
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