jueves, 13 de febrero de 2014

La Otra cara de Bogotá

La Otra cara de Bogotá
Bogotá, capital de Colombia, se ha caracterizado por ser una de las 10 ciudades más importantes de América Latina, además de ser el epicentro económico, cultural, turístico de Colombia. Esta ciudad cuenta con una gran oferta a nivel cultural: teatros –por ejemplo, en Bogotá se celebra el Festival Iberoamericano de Teatro–, parques, bibliotecas, museos, pero ¿cuál es la otra cara de la ciudad? El pasado 11 de febrero tuvimos la primera salida de campo, esta vez se dio lugar en la Plazoleta principal del Barrio San Victorino en la Localidad Santa Fe. El sector de San Victorino es una zona altamente comercial, sin embargo la prostitución, la delincuencia, y sobre todo la pobreza y desigualdad son elementos que integran este espacio público.
Después de salir de la Universidad, a medida que fui caminando al punto de encuentro –Las Aguas– el contraste era evidente, no obstante siempre lo he notado: la Universidad de los Andes es reconocida y critica por ser una élite de todo el país. Artículos, de los mismos estudiantes, han clasificado la Universidad como “burbuji-Andes”, al encontrarme con toda la clase, nuestro recorrido se fue dando por el eje ambiental. Bastó unos cuanto minutos para que la desigualdad que vivimos en Bogotá se reflejara en habitantes de calle que deben tomar agua poco potable del eje ambiental, además de las personas, que ha falta de una vivienda y alimentación, la única salida que tienen es dormir en el piso.
Esta realidad la percibo todos los días, realmente no la siento ajena a mí.  Aunque nunca he tenido que vivir una situación similar –ni en lo más mínimo– siempre me ha preocupado la inequidad que existe, un ejemplo perfecto es en la zona que reside la Universidad, el olor, el ambiente son distintos al estar dentro o fuera de ella. Retomando nuestra salida campo, al llegar a la Mariposa me intrigó un poco por qué algunos estudiantes decidieron quedarse con la profesora: yo estaba con un compañero de la clase y le propuse dar la vuelta a la plazoleta, no obstante a llegar al punto en que estaban confinados los habitantes de calle sentí miedo y llamé a dos compañeros que iban caminando en frente de nosotros. Este miedo fue causado por las palabras que escuchaba, tal vez por el olor o simplemente por el aspecto, algo que me sorprendió ya que no suelo juzgar a las personas por estos motivos, pero al sentirme alejada del grupo se despertó en mi un instinto de “supervivencia” que me recomendaba no estar sola, o eso creo.
Pasamos por un lugar en el que vendían comida, tenía hambre y quería entrar, sin embargo por la ubicación en que estaba el local dudé si comprarme algo o no. Les insistí y pregunté a mis compañeros si debía hacerlo, dimos una vuelta y mi compañera dijo que me acompañaría a comer algo. Cuando entramos, pedimos algo de comer, no me sentí cómoda estando ahí, desconfiaba de los ingredientes de lo que comía, aunque fue interesante comer algo fuera de lo común –sin importar que después tuviera malestar, realmente ¡pasó!–. Debido a esta parada para comer, mis compañeros y yo nos demoramos unos minutos más de lo establecido para volver con el grupo. Cuando estábamos regresando la persona que nos encontró nos contó que algunos estudiantes habían sugerido decirle a la policía del cuadrante que nos buscara, lo cual me pareció una exageración.

En todo el recorrido me olvidé de mi celular, además de la inseguridad que siento en sectores como estos, por mi cabeza buscaba la manera para que la desigualdad, la inequidad y la pobreza se terminara que, siendo realistas, no va suceder. Algunas personas comentan que ya se acostumbraron a ver este tipo de cosas, que es “normal” ver mujeres y niñas en la prostitución, gente pidiendo plata o niños lavando vidrios en el semáforo. Sin duda, la peor forma de indiferencia es acostumbrarse en situaciones que generan indignación. Parece que a los ciudadanos se nos olvida eso, que somos ciudadanos y tenemos derecho a la ciudad, es decir a la educación, salud, vivienda y trabajo digno, por lo menos. Históricamente, hemos marginado a grupos en situación de vulnerabilidad, ya sea por ignorancia o por mantener el status quo: hacemos una división entre “ellos” y “nosotros” lo que nos ha llevado a establecer diferencias marcadas y a excluir a las personas que más necesitan de nuestra ayuda como sociedad. 

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