jueves, 13 de febrero de 2014

EL BLANCO, EL NEGRO Y EL GRIS DEL EJE AMBIENTAL





María Camila Pérez Bonilla
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El Eje Ambiental en el centro de la ciudad de Bogotá, es un lugar lleno de paradojas. Allí se concentran órganos estatales que supuestamente deben abogar por los habitantes del país, frente a los cuales personas sin hogar se bañan con agua estancada. Pero ese también es el lugar donde los graffitis protestan en los muros, en los postes y hasta en las materas.   Las siguientes son algunas reflexiones que surgieron a partir de la primera salida de campo, en la cual exploramos el Eje Ambiental hasta la estatua de La Mariposa. 

Empezamos en la estación de Transmilenio de “Las Aguas”. A pesar de que la seguridad privada de la Universidad de Los Andes no extiende su presencia hasta dicho lugar, si se pueden observar guardias de seguridad con perros en los alrededores. Asimismo, la policía impone su presencia con motos y camionetas. En este sentido, los edificios de la Universidad y sus alrededores, son el primer ejemplo de enclaves fortificados que noté al comenzar la salida. Con la carnetización de sus estudiantes y funcionarios, más la fuerte presencia de guardias de seguridad y la cercanía de un CAI, la Universidad levanta una especia de muro simbólico para “proteger” a su comunidad de quienes no pertenecen allí. No solo se levanta para impedir que posibles amenazas penetren las instalaciones, sino para generar un espacio propio en el cual la comunidad uniandina se aísle de amenazas y del ajetreo de la ciudad. El Parque Espinosa ejemplifica una suerte de “oasis verde” en medio de una zona invadida por edificios. A medida que se va bajando por el Eje, se puede notar que hay cada vez menos árboles y espacios verdes: el Parque de los Periodistas es quizás el último “pulmón” de esa zona, pues ya cuando se llega a la Carrera Décima, no se ve ni un solo árbol. 

El Parque de los Periodistas en un espacio del cual se hace un uso democrático. Desde las personas sin hogar que duermen en el pasto con sus perros, hasta viajeros de otros países que desean conocer esa parte de la ciudad, todo tipo de personas hacen presencia allí, inclusive distribuidores y consumidores de marihuana. Fue lo primero que olí cuando llegamos al Parque y también la primera transacción que presencie durante ese día. Estudiantes, vendedores ambulantes, empleados y policías, también hacen parte del espectro poblacional que se observa en la zona. 

A medida que se sigue bajando, se ven cada vez menos automóviles y más peatones, en especial al llegar a la Plaza de la Universidad del Rosario. Allí se siente el verdadero “centro” de la ciudad. Hay vendedores ambulantes por doquier, personas de todo tipo, y olores muy diversos. Los muros que se erigían anteriormente, desaparecen aquí, dónde se ven personas sin hogar bañándose en el canal, junto a las palomas. La paradoja es que justo a una cuadra queda la zona en dónde los esmeralderos negocian millones y millones de pesos, y otras cuadras más allá, el Ministerio de Agricultura y el de Justicia, aquellos que deberían velar por los habitantes de todo el país. Sobre a décima también están los juzgados de Paloquemado. Estas instituciones también representan enclaves fortificados, pues a nivel físico, y muchas veces a nivel simbólico, no permiten la entrada ni los beneficios de quienes más lo necesitan.

Sin embargo, hay espacios en dónde la ciudad parece estar más disponible para todos sus habitantes. La porción de la Carrera Séptima que esta peatonalizada, es un gran ejemplo de un espacio que ha sido recuperado en pro de unas dinámicas más incluyentes. En ella se pueden ver materas decoradas por diferentes graffiteros, como por ejemplo Toxícomano. Por otro lado están las bicicletas públicas, de las cuales todos pueden hacer uso por los carriles especialmente apartados para ciclistas. Vendedores ambulantes de todo tipo y artistas, también están presentes en la zona. Se pueden ver personas agrupadas frente a un vendedor de frutas que les promete curar cualquier enfermedad con su producto milagroso, o indígenas que hacen pulseras con de todos los colores. Los ejecutivos y estudiantes también caminan por el lugar, y se integran a la perfección dentro de la amalgama de personajes.
Finalmente, sobre la Carrera Décima se puede divisar el mercado de San Victorino y la estatua de La Mariposa. Por primera vez pruevo el jugo de caña de azúcar, mientras que el dueño del carrito me cuenta acerca de una de las tantas veces que a policía lo ha desalojado. En la Carrera décima también se encuentra un mural que tiene como tema principal “Bogotá: ciudad de derechos”, lo que una vez más, contrasta con los vendedores ambulantes que son removidos se forma forzosa o la persona sin hogar que me pide que le dé un sorbo de mi jugo.



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