María Camila Pérez Bonilla
201125968
El Eje Ambiental en el centro de la ciudad de
Bogotá, es un lugar lleno de paradojas. Allí se concentran órganos estatales
que supuestamente deben abogar por los habitantes del país, frente a los cuales
personas sin hogar se bañan con agua estancada. Pero ese también es el lugar
donde los graffitis protestan en los muros, en los postes y hasta en las
materas. Las siguientes son algunas
reflexiones que surgieron a partir de la primera salida de campo, en la cual
exploramos el Eje Ambiental hasta la estatua de La Mariposa.
Empezamos en la estación de Transmilenio de
“Las Aguas”. A pesar de que la seguridad privada de la Universidad de Los Andes
no extiende su presencia hasta dicho lugar, si se pueden observar guardias de
seguridad con perros en los alrededores. Asimismo, la policía impone su
presencia con motos y camionetas. En este sentido, los edificios de la
Universidad y sus alrededores, son el primer ejemplo de enclaves fortificados
que noté al comenzar la salida. Con la carnetización de sus estudiantes y
funcionarios, más la fuerte presencia de guardias de seguridad y la cercanía de
un CAI, la Universidad levanta una especia de muro simbólico para “proteger” a
su comunidad de quienes no pertenecen allí. No solo se levanta para impedir que
posibles amenazas penetren las instalaciones, sino para generar un espacio
propio en el cual la comunidad uniandina se aísle de amenazas y del ajetreo de
la ciudad. El Parque Espinosa ejemplifica una suerte de “oasis verde” en medio
de una zona invadida por edificios. A medida que se va bajando por el Eje, se
puede notar que hay cada vez menos árboles y espacios verdes: el Parque de los
Periodistas es quizás el último “pulmón” de esa zona, pues ya cuando se llega a
la Carrera Décima, no se ve ni un solo árbol.
El Parque de los Periodistas en un espacio del
cual se hace un uso democrático. Desde las personas sin hogar que duermen en el
pasto con sus perros, hasta viajeros de otros países que desean conocer esa
parte de la ciudad, todo tipo de personas hacen presencia allí, inclusive
distribuidores y consumidores de marihuana. Fue lo primero que olí cuando
llegamos al Parque y también la primera transacción que presencie durante ese
día. Estudiantes, vendedores ambulantes, empleados y policías, también hacen
parte del espectro poblacional que se observa en la zona.
A medida que se sigue bajando, se ven cada vez
menos automóviles y más peatones, en especial al llegar a la Plaza de la
Universidad del Rosario. Allí se siente el verdadero “centro” de la ciudad. Hay
vendedores ambulantes por doquier, personas de todo tipo, y olores muy
diversos. Los muros que se erigían anteriormente, desaparecen aquí, dónde se
ven personas sin hogar bañándose en el canal, junto a las palomas. La paradoja
es que justo a una cuadra queda la zona en dónde los esmeralderos negocian
millones y millones de pesos, y otras cuadras más allá, el Ministerio de
Agricultura y el de Justicia, aquellos que deberían velar por los habitantes de
todo el país. Sobre a décima también están los juzgados de Paloquemado. Estas
instituciones también representan enclaves fortificados, pues a nivel físico, y
muchas veces a nivel simbólico, no permiten la entrada ni los beneficios de
quienes más lo necesitan.
Sin embargo, hay espacios en dónde la ciudad
parece estar más disponible para todos sus habitantes. La porción de la Carrera
Séptima que esta peatonalizada, es un gran ejemplo de un espacio que ha sido
recuperado en pro de unas dinámicas más incluyentes. En ella se pueden ver
materas decoradas por diferentes graffiteros, como por ejemplo Toxícomano. Por
otro lado están las bicicletas públicas, de las cuales todos pueden hacer uso
por los carriles especialmente apartados para ciclistas. Vendedores ambulantes
de todo tipo y artistas, también están presentes en la zona. Se pueden ver
personas agrupadas frente a un vendedor de frutas que les promete curar
cualquier enfermedad con su producto milagroso, o indígenas que hacen pulseras
con de todos los colores. Los ejecutivos y estudiantes también caminan por el
lugar, y se integran a la perfección dentro de la amalgama de personajes.
Finalmente, sobre la Carrera Décima se puede
divisar el mercado de San Victorino y la estatua de La Mariposa. Por primera
vez pruevo el jugo de caña de azúcar, mientras que el dueño del carrito me
cuenta acerca de una de las tantas veces que a policía lo ha desalojado. En la
Carrera décima también se encuentra un mural que tiene como tema principal
“Bogotá: ciudad de derechos”, lo que una vez más, contrasta con los vendedores
ambulantes que son removidos se forma forzosa o la persona sin hogar que me
pide que le dé un sorbo de mi jugo.
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