miércoles, 26 de febrero de 2014

CAMINANDO POR LA CALLE DE LAS DESIGUALDADES

DERECHO A LA CIUDAD
TALLER I: CAMINANDO POR LA CALLE DE LAS DESIGUALDADES
PROFESORA A CARGO: Dra. Amy E. Ritterbusch                              
Laura Patricia Mejía






En nuestra primera salida de campo, realizamos un recorrido por las calles del Eje Ambiental; el cual inicio en uno de los sectores más elitistas de la ciudad, La Universidad de los Andes, en donde todo parece perfecto, es un sitio alejado de la realidad del país, desde su infraestructura hasta las personas que ahí conviven te hacen sentir en otro mundo, pero a medida que te alejas del territorio universitario, te das cuenta de que la realidad es otra.

Sólo a unas cuadras de la Universidad cambia el panorama, empieza a reinar la pobreza, la indigencia, el trabajo informal, nos encontramos con todo de lo que nos tratan de alejar los muros, los carnés y la vigilancia de Uniandes. Se comienza a sentir tristeza, desolación, inconformismo y rabia en las calles, ya la gente no vive en otro mundo sino en esta cruda y dura realidad que los acompaña todos los días. Estos sentimientos son contagiosos y logran llenarte no sólo de un profundo desconsuelo sino de una indignación que cala hasta los huesos, ganas de cambiar el sistema, de acabar con las clases sociales que nos dividen y privilegian sólo a unos pocos que nacieron con suerte, te das cuenta que hay mucho por hacer y muy poco tiempo para lograrlo todo, pero creo que la peor sensación es la impotencia de no saber qué hacer o por dónde empezar para cambiar esta penosa realidad.

Las diferencias son tan claras, que hasta los olores cambian, se empieza a oler marihuana que es fumada por muchas personas que se reúnen en un parque que sienten como suyo, tal vez para olvidarse un poco de lo vivido y poder pensar en un mañana mejor. Pero  este olor no está solo, viene acompañado por el olor del eje ambiental y sus aguas no muy limpias y que a pesar de eso sirven como baño y fuente de agua para beber de habitantes de calle, en busca de un poco de la dignidad que las calles, las drogas, la ciudad y sus ciudadanos les han quitado porque a veces se olvida que también son seres humanos que necesitan sentirse limpios y saciar su sed, pero que al no encontrar la mano amiga de un compañero, deben recurrir a las contaminadas aguas que para muchos sólo adornan la ciudad.

Al seguir bajando, nos damos cuenta que las desigualdades están más cerca de lo que creemos y no aisladas en una montaña. Al lado de todo este paisaje urbano, encontramos otro sector excluyente y ostentoso que nos recuerdan las brechas que nos dividen tan impetuosamente, La Universidad del Rosario y Los Ministerios, uno de ellos que tienen no sé si el descaro o la arrogancia de llamarse de Justicia, cuando a sus puertas se cometen las más grandes injusticias sociales con impunidad y total aceptación, me pregunto si la justicia se olvidó del país y lo abandonó. Sin embargo, siempre hay algo que nos devuelve un poco la esperanza, que nos muestra que en todo circo de desigualdades, siempre hay alguien que le da voz a los que no la tienen y en todo su esplendor encontramos un hermoso mural: “Ciudad de derechos”, un claro acto de protesta contra el hambre, el maltrato, la muerte y todo el irrespeto que los derechos fundamentales tienen por parte no sólo del gobierno sino también de cada uno de nosotros con nuestra indiferencia.

Para finalizar el recorrido, nuestro destino fue la Plaza de San Victorino, un sector comercial muy concurrido de la ciudad pero que sus calles guardan fuertes historias de vidas que en su mayoría son visibles para un transeúnte, pues no solamente se ve la diferencia entre los grandes establecimientos y los vendedores ambulantes que intentan ganarse la vida, sino también entre los compradores que van de entrada por salida sin interesarse en la problemática que hay detrás de ese lugar y las personas que viven ahí, los habitantes de calle que encontraron un “refugio” o un “hogar” en medio de esa plaza. Además, de todo esto, esta plaza en sus angostas y al parecer olvidadas calles, también encierra desgarradoras historias invisibles para una sociedad egoísta e indolente, me refiero a la prostitución de niños, niñas y adolescentes que se practica de forma clandestina y sin mucho nombre, invisibiliza a estas víctimas del infortunio de haber nacido en una ciudad donde el dinero vale más que los sueños de los niños.

Para concluir, me gustaría decir que todo esto me enseño que realmente nadie tiene derecho a la ciudad, pues en una sociedad gobernada por la desigualdad, el consumismo, la indiferencia, la apatía, la ley del más fuerte, la pobreza y la injusticia ninguna persona puede vivir dignamente ni sintiéndose dueño de su ciudad, no podemos vivir donde soñamos hasta que los valores sociales, económicos y políticos lo permitan; pero realmente tengo la firme convicción de que el cambio está en cada uno de nosotros y no en un gobierno, cuando todos nos unamos para cambiar esta realidad.

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