Por: Juan Pablo Velásquez
Esta es la frase que ha
caracterizado a los uniandinos históricamente, y lastimosamente, muchas
veces es así. Todos hemos caminado por lugares en donde nos sentimos en
peligro pero casi nunca nos hemos detenido a observar estos lugares y
sus problemáticas. En el ejercicio de Observación Participante puedo
decir que personalmente me impacto ver la indiferencia, o quizás la
impotencia, de las personas al ver los habitantes de la calle tirados en
el suelo. Saben que están allí, o mejor, sabemos que ahí están pero
evitamos mirarlos fijamente y nos limitamos a esquivarlos como si de
objetos se tratasen. Es difícil aceptar la realidad de estás personas y
es la empatía que sentimos la que nos lleva a tratar de disimular su
difícil situación. Esta situación nos muestra una población que
claramente no goza del derecho a la ciudad, se limitan a existir allí
sin querer o mejor dicho, sin poder cambiar su posición. Con esta
entrada trataré de identificar las desigualdades socioeconómicas y
espaciales que se presentan en la ciudad y buscaré reflexionar sobre los
impactos que estas tienen sobre sus habitantes y también sobre las
impresiones propias.
Bogotá es una ciudad de contrastes y en una
simple caminata de una hora nos podemos dar cuenta de la diversidad de
personas, clases y estratos que en un espacio geográfico pequeño (desde
la universidad hasta San Victorino) conviven y trabajan. Desde los
vendedores ambulantes que ofrecen cualquier cantidad de artículos
milagrosos y útiles, hasta los ejecutivos y personas en traje que deben
trabajar en las instituciones gubernamentales de la zona. Es importante
destacar la informalidad laboral de la zona, para aclara una de las
principales problemáticas visibles de la ciudad, y de Colombia en
general. La informalidad hace que muchas personas por la necesidad del
trabajo se sometan a condiciones que no deberían ser aceptables. Es
incomodo no poder caminar tranquilo por las calles del centro porque
cada diez metros te está esperando uno de estos personajes para
ofrecerte útiles escolares, almuerzos, películas XXX, etc.
Ahora
bien, si pensamos detenidamente estas condiciones nos deberíamos sentir
orgullosos del talante de los colombianos que “no se varan” y que se
rebuscan cualquier oficio con el fin último de sobrevivir en una ciudad
que no es muy amable con sus habitantes de menos recursos. La pobreza y
la insatisfacción es la regla y no la excepción como debería ser. Los
grafitis que adornar las calles del centro dan fe de esta realidad.
Personas que se les vulneran sus derechos claman una voz que no tienen.
El desarrollo de la ciudad, beneficiando claramente a las clases más
pudientes, los ha marginado de muchas oportunidades. Los denominados
enclaves fortificados hacen su aparición y no solo entre barrios, sino
también entre calles como la que separa el fin de la universidad con el
inicio del Eje ambiental, hacen que se presentan los tristes contrastes
de los que fuimos testigos.
Por último, quiero dedicarle una
reflexión al ámbito de medio ambiente. La triste realidad es que Bogotá
ha sacrificado sus espacios verdes con el fin de construir vías, parques
y edificios, dejando a un lado el desarrollo sostenible ambientalmente.
El aire que se respira en la ciudad, y sobre todo en el centro es
inaceptable. A la fuerte polución ocasionada en su mayoría por esos
buses que debieron haber sido transformados en chatarra hace por lo
menos un lustro se mezclan los olores a orines y a alcantarilla de un
proyecto de causación del eje ambiental mal desarrollado. Los
establecimientos de comida en algo disimulan esta sensación pero
personalmente puedo decir que el aire que respiran estos pobres
bogotanos del centro es perjudicial, lastimosamente para ellos no olerlo
no es una opción y este es un punto que nos afecta a todos y nos priva
de nuestro derecho a la ciudad. Estos malos olores y la polución hacen
muy difícil la tarea de disfrutar la ciudad y poder aprovechar las
oportunidades que esta nos y les brinda.
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